viernes, 26 de septiembre de 2014

Sobre Carmen la cigarrera, Altadis y la primera fábrica de tabacos del mundo.

Alejandro Sánchez Moreno

Uno de los recuerdos que con mayor afecto conservo de mis años de estudiante se corresponde a las clases que recibí del profesor José Manuel Rodríguez Gordillo. Recuerdo  como me matriculé de su asignatura, casi por casualidad, buscando simplemente completar una especialización en el currículum, que más tarde comprendí, serviría para más bien poco en mi vida laboral. La asignatura en cuestión era “Fundamentos económicos de la monarquía española en la Edad Moderna”, y bajo ese título tan pomposo, se ocultaba una de las experiencias más completas que recibí en mi etapa formativa como estudiante de Historia.
Rodríguez Gordillo era entonces el director del archivo de la fábrica de tabacos, y además de aprovechar su asignatura para desvelarnos secretos de la historia de una industria fascinante, nos llevaba una vez a la semana a la fábrica para allí, entre viejos legajos, mostrarnos en la práctica lo que a nadie se le había ocurrido enseñarnos en la carrera: tener contacto con un archivo y aprender a investigar. Entre documentos amarilleados por el paso de los años, el profesor nos instruía en el arte de tener paciencia para poder entender la letra de lo que otros habían escrito hacía siglos. Los alumnos aprendíamos con la práctica a ser historiadores, y buscábamos datos que para nosotros eran “vitales”, como cuánto cobraba de media una desvenadora en los años veinte, o si había alguna Carmen en plantilla a principios del s.XIX. En definitiva, disfrutábamos como difícilmente lo hubiéramos hecho aprendiendo métodos de investigación en un aula tomando apuntes.

Rodríguez Gordillo nos descubrió la íntima relación de Sevilla y el tabaco, y cómo siendo ésta puerta de América, llegaron a la ciudad las primeras plantas de tabaco que conoció Europa. En Sevilla, desde muy pronto se establecieron algunas pequeñas industrias tabaqueras, primero de manera dispersa, hasta que en lo que hoy es la plaza de San Pedro, se erigió la primera fábrica de tabacos del mundo. Bajo el impulso reformista borbónico, en el siglo XVIII se crearía la Real Fábrica de Tabacos en el edificio que alberga actualmente el Rectorado de la Universidad. El majestuoso inmueble da fe de la importancia que llegó a tener la industria tabaquera en la ciudad, y en el pasado, viajeros franceses como Delaporte, Peyron o Silhouette, dejaron testimonio en sus relatos de la belleza arquitectónica del mismo. La Carmen de Merimée y Bizet que nunca pudimos encontrar en los libros de personal del archivo, terminaron por hacer universal a la fábrica de tabacos sevillana.

Pero si algo me llamaba la atención de la historia de la fábrica eran sus trabajadores -en su mayoría mujeres-; aquellas cigarreras que Gonzalo Bilbao inmortalizó en una de sus obras cumbre, y que durante mucho tiempo se convirtieron en parte fundamental del paisaje social sevillano. Las cigarreras eran mujeres fuertes, que trabajaban a destajo y amamantaban a sus hijos en la propia fábrica para ayudar a sus familias en la penosa situación en la que malvivían los trabajadores sevillanos. Ellas, como obreras cualificadas que eran, a veces aportaban el salario principal a la economía familiar, en una ciudad con unas condiciones de vida miserable, y en las que los problemas de habitabilidad, salubridad y el paro endémico, convirtieron a la Sevilla de finales del siglo XIX en una de las de mayor índice de mortalidad de toda Europa.

Cuando íbamos al archivo con Rodríguez Gordillo tampoco eran buenos tiempos para sus cigarreras. Altadis, la multinacional surgida de la fusión de Tabacalera y Seita, no iba a tener en cuenta ni la historia, ni la relación de Sevilla con su fábrica a la hora de medir beneficios. El capitalismo es así. La ganancia no atiende a razones sentimentales y por eso en 2003, la empresa anunció el traslado de la producción a otros lugares más rentables provocando la reacción inmediata de los sevillanos. Recuerdo manifestaciones multitudinarias al grito de ¡La fábrica de Tabacos no se cierra!, y como todos los grupos políticos con representación en el ayuntamiento acordaron  impedir cualquier operación especulativa en los suelos de Altadis. Finalmente nada pudo hacerse y Golliath venció a David. La fábrica cerró sus puertas en 2007 y en los años siguientes las factorías de Cádiz, Alicante y Cáceres corrieron la misma suerte.

A pesar de los compromisos acordados para frenar un posible pelotazo urbanístico, y a que, por eso mismo el PGOU aprobado en 2006 mantuvo la parcela como suelo industrial singular, hoy Altadis parece que va a poder recuperar alguna ganancia de aquel cierre. La memoria colectiva suele ser corta y, a veces incluso insensible, y así, si nadie lo impide, los terrenos en los que se encontraba la fábrica serán recalificados para que finalmente Altadis pueda vender su propiedad, y conseguir de esa manera el botín que esperaba desde que un día fatídico para Sevilla, la multinacional puso fin a la actividad tabaquera. Una lástima. Tal vez convendría recordar a todos aquellos políticos que lucen su “sevillanía” como estandarte, qué significó para la ciudad el cierre de esta fábrica por manos extranjeras, manos siniestras que en virtud de conseguir el máximo beneficio en el menor tiempo posible, decidió acabar con la primera fábrica de tabacos del mundo, dejando en la calle a más de un centenar de familias.

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